Uganda. Verde. Verde intenso, profundo. Podría ser Asturias si no fuera por las plataneras.

Nos dicen que estamos en tiempo de lluvia, pero no es como la que experimenté en México hace años: allí cada tarde llovía de forma torrencial durante un par de horas y luego salía el sol. Aquí llueve de vez en cuando, pero cuando llueve es con ganas: de hecho, el día de nuestra llegada, la lluvia por la tarde anegó parte de la carretera desde Entebbe a Kampala y destruyó algunas propiedades.

Verde, y también rojo. La mayoría de las calles son de tierra, incluso en la capital. Una tierra rojiza que se mete en todas partes. Los zapatos, los calcetines, los niños, todos teñidos de rojo. Polvo rojo que se levanta como una nube carmesí con el paso de los coches y los «boda boda» (motos).¡Imagina como son esas calles después de la lluvia!

Fuimos en un día de calor a una zona de chabolas. Los caminos, que no se pueden llamar calles, arriba y abajo, riachuelos de suciedad y desechos por doquier. Y niños. Miles de niños, sucios, harapientos, medio desnudos, descalzos. Ningún tipo de sanitación en toda la zona. Después de una lluvia torrencial de dos horas, no quiero pensar en cómo estaría esa zona. Sencillamente, no sé cómo viven allí. Es otro mundo.

En otro barrio, pobre, pero no tanto como la chabola, vimos una casa de adobe, roja por supuesto, donde vivía una familia de cuatro. La parte inferior de la casa no tocaba tierra debido a la erosión. Nos comentaban que estaba en peligro de caerse. Oramos por la familia y la casa. Después de volver a España nos comunicaron que la casa se cayó, pero toda la familia se salvó, ilesa. Ya se está reconstruyendo.

Pero esa lluvia intensa es también la responsable de todo lo verde que vemos a nuestro alrededor, la tremenda fertilidad de la tierra y la abundancia de árboles, fruta, verduras. Aguacates enormes, piñas super dulces con un aroma que te atrae, mango, Jack fruit y, por supuesto, plátanos, bananas, de todo tipo, verdes, amarillos, para postre, para cocinar, para el matoke (plátano verde cocido y machado), omnipresentes. Pienso en como compramos en España: a lo mejor cuatro plátanos para la semana; aquí, el racimo entero como sale del árbol.

El rojo también de flores preciosas como el hibiscus, fuchsia, Callistemon (bottlebrush), flores del árbol de coral. Una explosión de color entre tanto verde.

Verde y rojo. Primeras impresiones. Un dato curioso: teníamos un juego de niños que se llama el semáforo. Se levanta un disco rojo y los niños se quedan inmóviles. Se levanta un disco verde y se mueven hacia adelante. Al principio no entendimos porque no funcionaba este juego, hasta que nos dimos cuenta que a penas habíamos visto semáforos ni señales de tráfico. Aquí el rojo no es sinónimo de «stop» ni el verde de «avanzar», así de sencillo. Hacía falta una pequeña adaptación cultural para el juego, nada más. Adaptarnos nosotros cuesta algo más.

Karen Chambers

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