Entre cientos de niños jugando, corriendo, gritando, peleando entre ellos para tomar de la mano los aBazungu (blancos), había una niña tumbada en el suelo, inmóvil. Algunos niños incluso le daban patadas.
Uno del equipo, Ben, preguntó que le pasaba. ¡Estaba ardiendo de fiebre! Puede que fuera malaria, endémico en esta zona. Ben oró por la niña y se puso de pie, pero todavía no estaba bien.
Más adelante, Ale y Sergio oraron también. Se congregaban alrededor de ellos un montón de niños mirando, a ver qué hacían los aBazungu. Sergio les indicó que ellos también podían orar: Dios también obra a través de las oraciones de los niños. Pusieron sus manitas en el cuerpo de la niña mientras Ale y Sergio oraron.
Antes de marcharnos ese día, parece que la niña, a la que bautizamos Cenicienta, estaba un poco mejor. Por lo menos ya se tenía en pie.
Dos días más tarde, el equipo volvió al mismo lugar, esta vez con una bolsa grande de ropa para repartir. ¡Vimos a la misma niña corriendo y jugando con los demás! ¡Estaba sana!
Pudimos limpiar su cara darle ropa y zapatos nuevos.
A los ojos de Dios cada persona tiene valor. Para él, Cenicienta es importante y merecedora de su toque de sanidad y de ropa limpia y nueva.
En solo dos mañanas en la chabola, poco pudimos hacer, pero dimos lo que teníamos, tanto espiritual como emocional y físico. A veces solo tomar un niño de la mano o tomarlo en brazos es significativo. Dios derramó su compasión y amor en nuestros corazones para que pudiéramos transmitirlo a estos pequeños.
Karen Chambers
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